El 22 de enero de 2019, para paliar la falta de efectivo que había en ese momento, Venezuela inició la distribución del horrible billete crema de Bs. 50.000, el de más alta denominación hasta ese momento, dentro del cono del llamado “bolívar soberano”. Salió junto con sus “hermanos” igualmente feos, de Bs. 10.000 (tonalidad azulada) y de Bs. 20.000 (tonalidad verdosa).
Su fealdad no es simplemente un detalle estético. Un billete feo suele ser un billete de poco valor, sacado a la carrera, y que, se sabe, va a perder aceleradamente su capacidad de compra.
En enero de 2019, sin embargo, el valor de cambio del billete de 50.000 era de casi 25 dólares, puesto que, para ese día, Descifrado indicaba que un dólar de EEUU se cotizaba en 2.111 bolívares soberanos. Por lo tanto, un billete de 10.000 equivalía a $4,73, y uno de Bs. 20.000, al doble de esa cantidad, es decir, $9,47.
La emisión inicial de billetes de Bs. 50.000 fue de unos 125 millones de piezas: es decir, representaba aproximadamente 3.000 millones de dólares, según la página numismatica.info.ve, a los que se sumaban 32 millones de piezas de billetes de 10.000, o sea, unos 150 millones de verdes, y 36,5 millones de piezas del de 20.000, o sea, en valor nominal, unos 345 millones de dólares, siempre según la misma página.
Aquí está la culpa de la falta de efectivo
Este 23 de febrero, es decir, apenas 25 meses después, el dólar se cotiza en Bs. 1.943.000. Su poder de compra con respecto al momento en el que aparecieron los billetes de mayor denominación ha caído en 99,89% con respecto al del dólar estadounidense.
Si en enero de 2019, con un billete de Bs. 50.000 podía comprar 24 dólares, hoy necesita 39 de esos billetes para comprar un simple dólar estadounidense.
Consecuencias de 38 meses de hiperinflación con una variación mensual de aproximadamente 30% y una depreciación del bolívar de aproximadamente 20% cada mes, lo cual, de paso, ha abonado el terreno para un mito muy frecuente en la Venezuela actual: el de la “inflación en dólares”.
No solo es hiperinflación
Por supuesto, el agua que se le ha echado a la sopa del bolívar, en un país en el que ni siquiera se sabe cuál es el presupuesto nacional, sus fuentes de financiamiento y sus erogaciones, es la responsable de que usted no solo tenga que recurrir al dólar si quiere tener algo de dinero en sus bolsillos, sino también tiene la culpa de que el “bolívar soberano” se encuentre moribundo apenas tres años después de su lanzamiento en agosto de 2018 (cuando, hagamos memoria reciente, un dólar se cotizaba en 55 “soberanos” o 5,5 millones de “fuertes”.
El régimen de Nicolás Maduro, por supuesto, vive en un permanente estado de disimulo, y para él, esta inflación es “inducida”, o culpa de la maluca especulación, nunca responsabilidad propia; y aunque apenas en octubre del año pasado se corrió el rumor de que el Banco Central pensaba emitir un billete de 100 mil, y más billetes de alta denominación, dentro de su campaña para “defender el bolívar” (que nunca pasó del enunciado), la realidad es que un billete de 100 mil bolívares, en este momento, ya es irrelevante, a menos que nos asumamos zimbabueños, reconozcamos nuestra realidad, y lancemos un billete de 100.000.000 de bolívares, para ir empezando, unos $50 a cambio actual.
Una reconversión monetaria, bajo el mismo régimen, perderá credibilidad (y valor) tan rápido como en la actualidad.
Los bancos han ayudado al chavismo a hacer viable cierta bancarización abriendo cuentas en dólares, que se transan al cambio oficial del día, y eso ha aliviado la situación.
Pero la verdad de las cosas, es que mientras el régimen no tenga un plan viable para sostener un Estado que colapsó, que quema ingentes cantidades de dinero y no produce ni ventosidades, usted terminará cobrando sueldos de $1, si tiene la desgracia de trabajar en el sector público, y teniendo que ir dos veces al día al cajero automático para pagar un pasaje de autobús.
Y eso, en resumidas cuentas, hace inviable casi todo lo que se decida emprender hoy en Venezuela que no sea en dólares, y convierte en más difícil revertir el proceso de dolarización, que luce imparable.