Por Juymar García
No es casual que estés leyendo esta columna, tampoco es casual que te sientas conmovido por las imágenes que tuviste que ver en días recientes, esas que recorrieron el mundo y que tampoco soy capaz de describir porque no las quiero ver, ni las quiero recordar. Las consabidas consecuencias de lo que se puede desprender de esta guerra xenófoba puede ser de magnitudes no controlables.
Luego del asesinato de un compatriota, han seguido las amenazas constantes, grupos que no sé si llamarlos irregulares han hecho gala de su supremacía delictiva en las redes, de su fuerza balística preparada para atentar contra cualquier venezolano que intente permanecer en el Perú, y surgen tantas preguntas que no sé si calificarlas de interrogantes propias; o es el resto de ustedes que me leen se las hacen también.
Sé que el tema trillado del vil asesinato, sin mediación de palabras y caso omiso a los ruegos del joven inmigrante tampoco se comparan con lanzar desde un viaducto a un peruano, pero para que exista una guerra debe haber al menos dos bandos, y esos son los que están enfrentados.
La migración peruana en es un fenómeno que se inicia en la Guerra de Independencia, pero los números más cercanos a nuestros días corresponden al estudio realizado en 2017; donde se calculó un 70% de peruanos que partió al exterior en busca oportunidades laborales, muchos por factores económicos, y tan solo el 15% por razones familiares; otro número similar por causas sociales, según el estudio citado de la consultora Overall, en su momento.
Esto quiere decir que nosotros hemos sido contenedores no solo de peruanos, también llegaron chilenos, argentinos, bolivianos, ecuatorianos y la mayor inmigración la vimos desde Colombia, por la influencia de las acciones guerrilleras que sufrió el país neogranadino.
Somos los hijos de Bolívar y seguiremos siendo “la pequeña Venecia”
No se han preguntado hermanos de otras tierras ¿quién quiere dejar su patria, vender todo lo que con sacrificio se ganó con trabajo?, ¿quién quiere llevar en una maleta solo sueños y cuatro mudas de ropa, sus ilusiones?, ¿quién quiere hacer la ruta de Bolívar descalzo y sin abrigo? dejando atrás los afectos, los olores, sus calles, su cerro El Ávila, su música, su comida preferida, dejar a su madre y hermanos ¡por Dios…! ¡Nadie!
Quienes se fueron con la esperanza de una mejor vida, son delincuentes, no todos se sienten inmensamente felices, a muchos inclusive se les ha negado la posibilidad de ver crecer a sus hijos, de cerrar los ojos de algún familiar… ¿nada de eso importa para ustedes?, o ¿es que no entienden que el destierro duele en el alma?
Siento que en este momento se deben un acto de contrición de cara al Dios que cada uno profese y la apuesta cierta de que todo se pasa y sea cual sea ese Dios no se muda, pues como un día estuvimos arriba y ustedes abajo la historia es cíclica.
En cualquier momento, Venezuela volverá a florecer porque somos gente noble, trabajadora y honesta en una inmensa mayoría, somos gente de bien que una vez les abrimos nuestros brazos, los mezclamos con nuestra raza, les brindamos nuestros servicios, escuelas, hospitales y espacios para que ustedes tomaran lo que necesitaban y nosotros bien supimos compartir sin mezquindades, sin odio y con la convicción de que fuimos generosos y solo por eso deberían sentirse muy agradecidos.
¡¡¡Feliz jueves mis queridos lectores!!!
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